“Las
embravecidas aguas arrecian contra el casco del crucero Almirante
Grau, buque insignia de la potente Marina de Guerra. El venerable
crucero se yergue incólume sobre las olas del mar que también honra
su nombre, ondeando su glorioso pabellón sobre el imponente castillo
de proa.”
- Empalagoso
– lo
sentenció su fotógrafa simulando provocarse una arcada.
- Especialista
Gutiérrez –
la reprendía él con fingida petulancia – carece
usted de la menor sensibilidad para apreciar mi arte, así que
limítese a usar su aparatito… ese, vulgar… para ilustrar
artificialmente el genial, y extraordinario ¡y majestuoso! vuelo de
mis palabras –
reían – ¡Y
no me mire así! ¡Ese gesto no es digno de una suboficial de la
Marina de Guerra! ¿Qué sabe usted sobre transmitir con altruismo
el valor histórico de esta gesta heroica de reivindicación del
orgullo nacional? Un momento
– anotaba en su libreta – La
reivindicación histórica del altruismo nacional de la gesta del
orgullo… Nooo
¿Cómo era, carajo? Siempre me pasa lo mismo… el genio llega como
un suspiro del viento del mar, y se va… tendría que haber sido
poeta –
sonreía para si satisfecho mientras se tambaleaba con el barco –
lo mío es la
poesía.
El sueño del
sonido del mar iba y venía entre el ventilador de pie, el zumbido de
los aparatos y las pisadas detrás de la cortina en el corredor del
hospital.
- ¡Sosa!
lo llamarn desd adntro un d ls ficials –
suspiró; le dolían los alambres que sujetaban su mandíbula rota
en su lugar, impidiéndole separar los dientes para hablar – Yo
me reía a spalds dl otr y le burlab hacindol l gest de fumar
marihuan – se
le encharcaron los ojos – segur
se le pusiern rojs ls orejs…
- Señorita
Gutiérrez, le pido abreviar los detalles
– su interrogador interrumpía su viaje, y volvía a esa cama de
la sala de terapia, y la piel volvía a dolerle, y volvía a
intentar separar con los labios las vendas alrededor de su boca –
usted estaba en
el puente tomando fotos durante la maniobra; pudo ver a los
oficiales al mando. ¿Qué pasaba en el puente antes del ataque?
- ‘l
almirant hablab cn ls periodists –
continuó, aclarándose el nudo en la garganta, a nadie le importaba
Joaquín, si había muerto o se salvaba, si ella moría o se
salvaba. Su interrogador se fregaba el entrecejo, resignado a
esperar que continuara. Tan rota debo estar que te da culpa
presionarme. Vale. No me sienta dar lástima – a
carg d la nav staba l vicealmirant –
cerro los ojos para transportarse de nuevo a esos horribles
momentos. ¿Por qué no había podido olvidarlos? Esas cosas le
pasan a la gente luego de experiencias así de repentinas y
traumáticas. Qué mala suerte carajo… – su
únic preocupacin era mantenr l curs y l velocida… l Grau era l
centr dl bail… le mandab úrdens a ls otrs buqs… s veía que
algun se slía de lugr… íbams a cas treint nuds…en un moment ls
ols nos llegabn de travers… si nuestr barc se movía, ls dems
debían star pur dar vuelt campan… pro nu mandu virar pra cortaras
hast que cmplió la piern… “¡ste desfil no se spende pr lluvi!”
gritó… stábams dsfiland…
- Trate de
recordar los hechos
– procuraba guiarla el interrogador. “¡Y de guardarse sus
impresiones!” te falto decir… claro… “la gloriosa marina
peruana”… tú no estuviste ahí.
- L Mriateg
– ¿Si?
– sa era la q
se había dsviad
– ¿Ajá?
– staba a
babr, n poc atrs… ntró uno de ls chics q hacia d vigía pra l
oficial de navegació… ran cuatr… se pasarn hors ahí afuer, n
la torment, cn ls prismátics… l más alt, entr y stornudó… el
pobr se había rsfriad… –
recordó haberse preocupado.
- ¿Qué
pasó con la Mariategui? ¿Por qué abandonó la formación? ¿Qué
pasó con su helicóptero? –
la inquiría impaciente.
- Se… se
le cayó n torped, stoy segur… Cuand el chic avisó qu se dsviab.
Slí a ver y squé nas fots… yo tnía el lent… se dstinguía
bien… l andarivel d babr clgaba hsta l agua y el carrit de torpeds
lo tironeabn de la cdena pra volvr a subirl a bord… segur stabn
llevand un torped n el carrit al helicóptro y se ls volcó… pdría
habr aplastad a alguin… si no crtaba las olas, el helicóptro se
ls iba a dsbandar tambin… íbams rápid… pro el vicelmirant
rdenó qu la Mariateg se cuadrar… y al final, al helicóptro lo
guardarn, no sé cóm… era mposibl dspegar a esa vlocida n esa
torment… y sn pder maniobrar…
- En su
ficha leo que su especialidad es la fotografía, señorita
Gutiérrez, por favor, limítese a los hechos. Le hago notar por si
no lo recuerda que durante el combate había al menos un helicóptero
en el aire.
- No me
vuelv a dcir sñorit
– apretaba los dientes – tngo
rang… y sn plabrs del jef de aviacin nval… staba en la sala de
radi, dtrás dl puent, dnde staba el café… fuims con Joaquín a
clentarns y secarns ahí… l jef de la viación iba y vnia, pteand
prque no pdía dspegar los helicópters ni tnía avions por
lrededor…
- ¿Usted
escuchó al Vicecomodoro decir eso? –
se interesó el investigador –
¿los periodistas que estaban ahí también lo escucharon?
- No… no
se preocup –
su desprecio era tal que le resultaba doloroso –
llos staban en el puent, y su cfé, cn torts y dulcs y sándwichs y
vino stabn abaj, en la sala de situacin… tambin tngo fotos de so.
- Prosiga –
le indicó ásperamente.
El investigador
se recostó en el respaldo, haciendo rechinar la endeble silla,
mientras la convaleciente volvía a sumergirse en sus recuerdos. Le
dolía en el alma tener que someterla a eso.
Dios… sólo dime lo
que necesito… Recopilemos… es defendible. Con cada testimonio la
secuencia de los hechos toma consistencia. El ataque llega del
sudeste. La Carvajal había sido la primera en detectar y logra
evadir. Al menos una vez. Luego el Almirante Grau. Tres impactos, tal
vez dos, si de las otras dos explosiones, la primera fue interna, del
panel de municiones de estribor. Ahí hay tres. Luego las demás,
pero después. Dos andanadas. ¿Cuántos tubos? ¿Cuánto tiempo para
recargarlos? Ahí vuela la Carvajal… Ahí son dos, pero el segundo
mucho después, al final. No era para ella. ¿Para quién era? ¿Dónde
esta cada uno en la segunda andanada? La Herrera se cierra sobre el
Grau. La Mariategui había retrocedido hacia el oeste. ¿Porqué
había retrocedido?… ¿porqué?… El helicóptero había tirado
cargas dentro del primer perímetro… en el flanco de la Mariategui…
pero era el helicóptero del Grau… no de la Mariategui… ¿cómo
no lo vio la Mariategui? Se cayó el torpedo por la borda… alguien
saboteó el carrito de torpedos… faltaba un helicóptero… había
un hueco en el perímetro… alguien saboteó el carrito de torpedos…
entonces, andanadas fueron tres… o cuatro… una de adentro… no,
una de adelante… luego, en ambos costados, y la última por atrás,
cuando la formación estaba parada… fueron cuatro. Fueron cuatro.
No, tres. Adelante, costados, adelante entra, recarga, gira, y por
atrás… La Carvajal disparó sus torpedos sin blanco… sabotearon
sus propios torpedos…entonces fueron dos. La Mariategui también
disparó… fueron dos, más dos… dos submarinos y dos traidores…
¿dos traidores?
- Dla segnd
xplosión no recuerd más, slo l dlor n ls pierns –
ella trataba en vano de incorporarse para mostrarle, y mostrarse, la
herida – me
lastimn la piern… ayúdme a sentarmn.
- No será
necesario, señorita Gutiérrez, mejor descanse ahora, otro día
regreso – se
retiraba inquieto – gracias
por su tiempo.
Afuera en el
corredor central los médicos se movían incómodos entre las miradas
escrutadoras de los centinelas de la Policía Militar. El
interrogador entró en una sala de enfermería al final del corredor,
ahora usurpada por la Sección de Inteligencia del Estado Mayor del
Ejército.
- Coronel
– se anunció con una venia ante el taciturno personaje que se
había pasado toda la mañana allí encerrado, tomando agua mineral
y leyendo fojas de servicio.
- ¿Que me
trae, teniente?
– le respondía el Coronel Aranda, con un tono de perturbadora
avidez por los testimonios personales de cualquier tipo, al parecer
sin importarle cuán terribles eran.
- Nadie le
dijo que está de baja, coronel
– le comentaba sorprendido.
- Ese no es
nuestro problema, teniente
– lo desdeñaba con una sonrisa tan relajada y amable que
resultaba perturbadora en el nosocomio que aglutinaba los ecos
punzantes de la catástrofe.
- Claro…
pero… señor…
– intentaba justificarse el interrogador. Su formación como
psicólogo nuevamente atentaba contra su carrera militar, y él
todavía dudaba si podría reconciliarlas, o si alguna vez una de
ellas prevalecería.
Un grito
desgarrador desde la sala de terapia surcó el corredor central. Dos
enfermeros marcharon presurosos a asistir al paciente. La suboficial
Gutiérrez, empecinada como era, había descubierto por sí misma con
mucho esfuerzo que sus tobillos habían desaparecido. Ambos hombres
de inteligencia permanecían parados en el umbral de la puerta de su
improvisado despacho. Hacia ellos venía a paso firme – otra vez –
la Jefa de Piso mordiéndose el labio.
- Quiero su
informe esta tarde, teniente
– ordenó el Coronel en voz baja antes de retirarse – Doctora
– la saludó al pasar.
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